SOMOS LOS MISMOS

El martes 20 de diciembre de 2022, millones de personas festejaron en las calles el campeonato mundial de fútbol obtenido por la Selección Nacional.

 

Con un comportamiento ejemplar.

 

Otros muchos millones compartieron la alegría a través de los canales de televisión.

 

Un mes y pocos días después, estamos nuevamente abrumados.

 

Como lo estábamos antes de ese hermoso día.

 

La situación económica, las dificultades cotidianas, la conciencia de cuestiones tremendas y preocupantes como la pobreza e indigencia, la inflación, la restricciones a las que se ve obligada la clase media, las jubilaciones, la contaminación ambiental, la violencia…

 

Cotidianamente vemos en los medios y en las redes sociales noticias y comentarios de homicidios, crímenes de distinta naturaleza, brutales agresiones a niños y niñas, femicidios, peleas, conflictos entre poderes del Estado, desacuerdos entre distintos sectores políticos (incluso dentro de un mismo frente)…

 

Suele adjudicarse a los medios la responsabilidad por la difusión de estas cosas.

 

Probablemente, los medios, o algunos de ellos, manejen de alguna manera la información a los efectos del rating y/o de la generación de ciertas sensaciones, emociones e ideas.

 

De todos modos, grave y lamentablemente, estos hechos suceden.

 

¿Cuál es la verdad?

 

¿Esto que ocurre, entristece y sofoca?

 

¿O lo que ocurrió el 20 de diciembre del año pasado?

 

Ambas cosas.

 

Así como, tal vez, ese día nos hayamos sentido «los mejores», y lo fuimos por un tiempo y en un área, muchas otras veces nos sentimos los «peores».

 

Tenemos expresiones como «en este país…», «lo que pasa acá no pasa en ningún país serio», «estamos en el peor lugar del mundo», «acá no hay futuro para nadie», entre muchas otras.

 

No es consuelo, porque cada uno debe asumir su responsabilidad, pero informarse sobre asuntos de otros países puede hacernos ver que no somos «el desastre del mundo».

 

Advierto un cierto interés (no podría puntualmente decir de quién o quiénes) para que pensemos de esa manera acerca de nosotros mismos.

 

No nos hace bien.

 

Y no creo que sea cierto.

 

No somos los mejores.

 

No somos los peores.

 

Y no tiene mucho sentido compararse con otros.

 

Lo importante para una persona, para un grupo, para un país es compararse consigo mismo para evaluar si se está progresando positivamente o no.

 

Somos los mismos.

 

Los que festejamos el campeonato mundial.

 

Los que vivimos una sumamente difícil realidad cotidiana.

 

Edith Eger, psicóloga clínica nacionalizada estadounidense, es sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz.

 

Allí llegó en 1944 a los dieciséis años.

 

Y allí fueron asesinados sus padres.

 

A los ochenta y nueve años publicó su primer y emocionante libro: «La bailarina de Auschwitz».

 

En él cuenta los horrores de Auschwitz y su vida como sobreviviente.

 

Algunos años después, escribió «En Auschwitz no había Prozac».

 

Afirma en este también conmovedor libro:

 

«La libertad consiste en aceptar nuestro ser íntegro e imperfecto y renunciar a la necesidad de ser perfectos».

 

Claramente, «renunciar a la necesidad de ser perfectos» no significa dejar de bregar y trabajar para ser cada vez mejores personas.

 

Guillermo D. Rivelis