Escribí en el libro «Construcción vocacional. ¿Carrera o camino?»: «Producto de la evolución de las especies, de cualquier otra situación científicamente considerada, de sucesos contemplados en mitos, de hechos de creación como los expuestos por distintas religiones, o de la combinación de éstos y otros factores no conocidos -y, tal vez, no cognoscibles- la humanidad está particularmente dotada. Como parte de ella, cada ser humano recibe también dones particulares, sus personales semillas.
En el acto de nacer, como consecuencia de variables que cada uno puede pensar de diferentes maneras, el ser humano comienza a ser depositario de un don. Es un don ‘entregado’.
Cada uno de estos dones entregados no pertenece a quien -o a quienes- lo ha recibido, sino a la vida y a la comunidad.
(…)
Todos somos depositarios de un don. Es tarea humana vital descubrirlo; descubrir qué son, en qué consisten las semillas otorgadas, aprender a usarlas en beneficio de todos y enriquecerlas con la acción cotidiana: acción de aprendizaje, de estudio, de trabajo, de interrogación, de búsqueda de procedimientos, de intercambio…» (Rivelis, Guillermo, Noveduc, Buenos Aires, p.11).
Los dones son atributos positivos: intelectuales, artísticos, afectivos, de quehaceres cotidianos…
Cuando «damos», damos lo que construimos para otro u otros. «Dar» no es sólo dar lo que nos sobra. «Dar» es, fundamentalmente, dar lo que no tenemos y construimos para entregar. Ese dar, esa construcción, esa entrega se sostienen en nuestro don (o dones).
Vivimos, desde hace más de un año, una situación muy difícil. En nuestro país, en el mundo. La Humanidad atraviesa una situación de crisis cualitativamente distinta a todas las que conocemos que ha vivido. De una crisis nunca se sale «igual» que antes de la crisis. O se sale mejor o se sale peor.
Seguramente, la pandemia, cuando hayamos podido dejarla atrás y sea pasado, dejará consecuencias indeseadas. Muchas personas muertas, muchas personas que habrán perdido seres queridos, tal vez secuelas físicas para algunas de las muchas personas que hayan atravesado la enfermedad, muy complicados efectos económicos, entre otras que se irán presentando. Es como Humanidad que tenemos la oportunidad histórica de salir «mejor» de esta crisis: más humanos, más solidarios, menos egoístas, menos competitivos, menos ambiciosos y hasta voraces, más empáticos, más conscientes de lo interdependientes que somos los unos de los otros.
La salida de esta situación no es individual. O es colectiva o no será. No hay un lugar en la Luna ni en un rincón aislado del mundo. No estoy seguro estando vacunado si no están vacunados los otros. Deberíamos saberlo todos. Y, por supuesto, deberían saberlo los países denominados «centrales».
La libertad no consiste en la transgresión de los protocolos sanitarios, en la desobediencia de medidas de cuidado, en rebelarse ante lo que es necesario poniéndose en riesgo uno mismo y poniendo en riesgo a los otros.
Una definición de «libertad» es la siguiente: «facultad natural que tiene el ser humano de obrar de una manera o de otra y de no obrar; por lo que es responsable de sus actos».
Cuando una persona toma una decisión y la lleva a cabo involucrando a un otro a quien no consulta acerca del acuerdo o no respecto de ese acto, está despojando a ese otro de su posibilidad de decidir. Es lisa y llanamente un avasallamiento a la libertad del otro.
Este momento necesita de lo mejor de cada uno de nosotros. Tenemos la sensación muchas veces de que no hay nada que podamos hacer y que sólo estamos a expensas de lo que suceda sin nuestra intervención. No es así. Es mucho lo bueno que podemos aportar. Tratemos de tener en cuenta nuestro don (o dones), activémoslo y pongamos lo que podamos construir al servicio de la superación colectiva de esta crisis.
Guillermo D. Rivelis