GRIS O MARRÓN

Que las palabras discriminadoras e inconsistentes de la Ministra Acuña estuvieran marcadamente influenciadas por su concurrencia en Bariloche al Instituto Primo Capraro, dependiente del  Instituto Cultural Germano Argentino Bariloche, dirigido por el nazi Erich Priebke, escapa a mi capacidad de análisis. Más aún, considero que se trataría de una afirmación muy difícil de corroborar o refutar.  Es una obviedad que los seres humanos estamos condicionados por nuestras historias, incluida nuestra historia escolar. Pero las obviedades, por obvias, no explican las situaciones particulares. 

 

La asistencia de la Ministra a ese colegio no la victimiza ni la enaltece. Es un dato, seguramente significativo, en su vida. De todos modos, para bien o para mal, no la exime de la responsabilidad de sus (a mi juicio) aberrantes afirmaciones acerca de las personas pertenecientes a sectores socioeconómicamente bajos que, según la Ministra, carecen, por tal motivo, de formación cultural y de experiencias ricas para aportar al aula.

 

Lo que dijo la Ministra, lo dijo la Ministra. Probablemente Priebke hubiera dicho cosas más espeluznantes aún. Sartre expresó: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”. Magnífica síntesis para indicar que somos seres condicionados, pero que aun así tenemos posibilidad de libertad y elección. Así que lo que importa es lo que la Ministra Acuña hizo con lo que hicieron de ella (incluso en el Instituto en el cual cursó estudios) y lo que hizo la lleva a decir lo que dijo.

 

Recalcar directa o indirectamente los orígenes “educativos” de la Ministra para ligarlos con una formación nazi, conlleva varios supuestos.

 

Uno de esos supuestos es pensar que un niño comparte la responsabilidad de elegir a qué colegio sus padres van a hacer que asista. Un niño no elige eso, como no elige a qué religión se le hace pertenecer, qué ideología se le transmite, cómo lo tratan sus padres, qué tipo de relación tienen sus padres entre sí o dónde va a vivir, entre tantas otras cosas.

 

Otro supuesto me produce especial preocupación. Es el de pensar que una ofensa se contrarresta con otra, barnizada de “información” (aunque sea verdadera). Planteé, en un artículo anterior, la inconveniencia de interpretar las palabras de la Ministra como una “declaración de guerra”. Y ese procedimiento es (a mi entender) lo que se hace. La guerra divide a los seres humanos en dos y obliga a cada uno a ponerse en un lugar, acuerde o no, con el mismo. O “te ponen”, sin preguntarte nada antes. Si estar en desacuerdo con las palabras de la Ministra ubica necesariamente a la persona en desacuerdo en un agrupamiento determinado, o si pensar que no debiera hacerse relevante el colegio al que concurrió la Ministra pone a la persona que así piensa en la agrupación contraria,  todo eso supone una binariedad sumamente simplificadora de la compleja situación, existencia y conflictividad humana.

 

Hace años que me incomoda una sensación que, considero, no es una mera vivencia subjetiva, sino reflejo de una realidad que tiende a limitar seriamente nuestras posibilidades de pensar,                                                                                                elegir, decidir, actuar. Es como si nos dijeran: “Vos sos libre. Podés elegir el color que quieras sin ningún condicionamiento. Nadie va a prohibirte tu decisión ni a tomar represalias por eso. Así que podés elegir con total libertad, el color que prefieras, ¿gris o marrón?”. Este procedimiento se naturaliza y la persona interrogada puede no darse cuenta que han quedado excluidos de su posibilidad de elección: el rojo, el verde, el azul, el violeta, el amarillo, el anaranjado, el celeste, el blanco, el negro, el plateado, el dorado, etc.  Si alguien cuestiona algo del marrón, se le dirá que entonces “es gris” y si alguien cuestiona algo del gris, entonces se le dirá que “es marrón”. Algo así nos está pasando. Hace años. Si el gris y el marrón, que constantemente se oponen, tienen o no un acuerdo de fondo, explícito o implícito, no le quita importancia y gravedad a la situación. La pérdida de posibilidad de elección con la creencia de estar eligiendo nos pone en una situación de vulnerabilidad y de riesgoso encorsetamiento de pensamiento y acción.

 

Guillermo D. Rivelis