UN CUENTO: ‘EL LOCO”

Así lo nombraban en la escuela.

 

Incoherencias, repeticiones, ruidos “raros”, “salí pibe salí” cuando se acercaba un compañero.

 

Él sabía que no era con las mejores intenciones.

 

“Loco”, era el título principal.

 

Con subtítulos: “Idiota”, “Estúpido”, ‘Sucio”…

 

Cuando se enojaba, y era muy frecuente, se subía al armario metálico en el que el maestro guardaba sus cosas.

 

Ahí se sentaba munido de borradores “por las dudas”.

 

Para que nadie se acercara.

 

El maestro daba clase y cada tanto lo miraba mientras hablaba.

 

Para incluirlo.

 

Su mamá decía que ella tenía que aceptar que había tenido un hijo que había nacido “loco”.

 

Por eso, ella y el marido habían desistido de tener otros.

 

Cuando iban a clase de gimnasia, a Omar, el nombre desplazado por el calificativo “loco”, le gustaba caminar al lado del maestro.

 

Le contaba fantasiosas historias.

 

Historias que al maestro le resultaban atractivas.

 

Y que le hacían pensar en la creatividad y la inteligencia escondidas en el fondo de Omar.

 

Los otros chicos no entendían que el maestro pudiera escuchar en serio tantas “gansadas”.

 

Y así se lo hacían saber.

 

Omar no participaba de los juegos en el horario de gimnasia, recreativo en realidad, sin profesor especializado.

 

Se quedaba al lado del maestro.

 

Hablando de sus monstruos, sus valientes y sus miedos.

 

Un día, caminando hacia el club donde hacían la hora de gimnasia, Omar comenzó a correr y metió la mano en la zanja.

 

Los compañeros le gritaban “loco”, “asqueroso”, “inmundo”, y varias cosas más.

 

Volvió al lado del maestro con un gatito bebé en la mano.

 

Dijo que se estaba ahogando.

 

Cosa que era cierta.

 

Con un trapo que encontró lo estaba limpiando.

 

Y lo ayudó a seguir respirando.

 

Omar había visto en la realidad algo que pertenecía a la realidad.

 

Y que nadie, ni los compañeros ni el maestro habían visto.

 

Dijo que se lo iba a llevar a la casa.

 

Para darle de comer, hacerle una cuchita y cuidarlo.

 

Entre sus risotadas típicas, dijo que su mamá iba a estar contenta de que él le llevara otro “loco”.

 

Guillermo D. Rivelis