Ante una situación que nos produce puntualmente miedo, temor indeterminado, sensación inquietante de alarma, desagrado, molestia, nuestra tendencia es a huir. Sigmund Freud señaló una importante diferencia entre la posibilidad de huir, que es la que tiene lugar cuando el estímulo que provoca tal reacción es exterior a nosotros y la imposibilidad de hacerlo cuando la fuente de malestar reside en nosotros mismos. Podemos «huir» de un exceso de luz cerrando los ojos. Podemos «huir» de un ruido muy fuerte tapándonos con las manos los oídos o alejándonos del lugar. No podemos «huir» de la sensación de hambre ni de un dolor corporal. Tampoco, de los malestares psíquicos. En estos casos se requiere de un «trabajo» que permita resolver la cuestión. Tenemos la experiencia de irnos de vacaciones con la ilusión de tomar distancia de una situación que nos aqueja y hemos podido comprobar que, en tanto involucrada la propia persona, esa situación se nos hace presente, sin que nos propongamos «buscarla», reiteradamente, en la playa, en la montaña, caminando por una Costanera o por la peatonal del lugar elegido o bien al acostarnos o al despertar, entre otros momentos y lugares posibles.
La reacción más habitual ante la percepción del peligro es la huida. La huida suele consistir en un «volver», en un «regresar» a un lugar seguro y/o sentido como seguro. Por ejemplo, si percibimos la posibilidad de un riesgo a una cuadra de nuestra casa, muy probablemente, intentemos volver a casa y allí refugiarnos.
Hay otras situaciones que, dadas las condiciones objetivas de lo que amenaza como peligro o dadas las condiciones subjetivas de la persona que allí se encuentra, o dada una combinación de ambos factores, la huida no está direccionada como en el ejemplo anterior, sino que es más caótica, «desesperada», podríamos decir, y los movimientos de la persona o las personas son más descontrolados e improvisados y, muchas veces, inapropiados. Hemos tenido lamentables situaciones muy conocidas de situaciones de esta naturaleza.
Existe en los seres humanos un mecanismo de huida muy riesgoso, especialmente porque la huida queda disimulada por lo que daría la impresión de ser un «progreso». Muy común en adolescentes y jóvenes, pero también frecuente en niños y adultos, este mecanismo se denomina «fuga para adelante». La manera de huir de lo que es percibido como un riesgo no es «regresar», «retroceder» y tampoco «moverse caóticamente de un lado hacia otro». La manera de huir consiste en dar un paso adelante, con la convicción de estar verdaderamente resolviendo el problema. Por ejemplo, internarnos en el fuego para apagarlo, con dos baldes con agua, pero sin manguera, sin casco, sin equipo. Por ejemplo, casarnos apresuradamente, tal vez con la convicción del amor, para salir de una situación que sentimos como inaguantable en nuestra casa y familia de origen.
El Covid-19 produjo toda clase de respuestas. Las primeras, alentadas, organizadas y oficialmente decretadas en nuestro país fueron en su generalidad respetadas por la población y tuvieron el carácter del «resguardo» ante el peligro.
Escribo estas líneas porque me preocupa mucho una tendencia que creo observar en este momento. Como consecuencia de diversos factores tales como un mayor permiso de movimiento, la autorización de lugares de veraneo, una disminución en el número de contagios, una vivencia de mucho cansancio y frustración pasados ya casi nueve meses desde el inicio de la primera «cuarentena», una situación económica apremiante y de marcada incertidumbre, entre otros, entiendo que se está produciendo un mecanismo de «fuga hacia adelante». Se pone de manifiesto en un relajamiento de las medidas, en no respetar los protocolos, en reuniones de mayor cantidad de gente que la indicada y permitida, entre otras muchas situaciones. Algo así como si pensáramos (aun sin necesariamente darnos cuenta) que el problema prácticamente dejó de existir y que el anunciado rebrote será conjurado por alguna de las vacunas en las cuales la comunidad científica trabaja.
Quisiera señalar dos cuestiones al respecto.
La primera es que el problema puede haber disminuido, pero está. Y en tanto está, se mantiene lamentablemente vigente la fuente de contagio.
La segunda, es que aunque este problema es exterior (tomando la diferencia planteada por Freud), involucra a todo el Planeta. Está allí donde vayamos. Aunque estrictamente no lo sea, es como si se tratara de un problema interior.
El mecanismo de «fuga para adelante», se basa en ilusiones y en una fantasía de omnipotencia. Ocurre, también, que creer que el «antes» y el «después» de una acción que una persona decida realizar o no, será el mismo en uno u otro caso, que nada cambiará, y, además, que eso que no cambiará ni por mejorar ni por empeorar es algo no deseado, suele inducir a esa persona a llevar a cabo tal acción con la característica de «fuga para adelante». La «fuga para adelante», cualquiera que fuera su móvil, no produce resultados beneficiosos.
Se requieren, seria y responsablemente, una adecuada consideración del problema y sus alcances, y acciones congruentes con dicha consideración que no subestimen y, especialmente, que no sobreestimen las posibilidades humanas.
Guillermo D. Rivelis