Se trata de una comunicación sumamente habitual.
Puede decirse que es inherente al proceso humano de comunicación.
Aun asi, suele generar dificultades en la misma, una especie de ruido, reitero, inherente al proceso de comunicación.
Y podemos hacer para comunicarnos mejor.
Una persona (emisor) dice algo (emite un mensaje).
Otra persona, receptor, escucha lo que la otra persona dice (recibe el mensaje).
¿Cuál es el problema entonces?
El receptor no es alguien pasivo, tampoco es un grabador.
Es un sujeto activo, que tiene su propia historia, su identidad, su subjetividad.
Desde ese lugar connotado por su propia persona es desde donde escucha.
Lo que escucha tiene que ver con el mensaje del emisor.
Y al mismo tiempo está condicionado y vinculado con ese lugar desde el cual escucha.
Cuando escucha, no sólo oye lo dicho sino que, conscientemente o no, lo interpreta.
Otorga un cierto sentido a lo que escucha que no necesariamente (más bien no, en general) se corresponde con la intención de quien dijo algo.
Entonces, cuando da una respuesta (emite un mensaje en calidad de respuesta), responde de acuerdo a la interpretación de lo que ha escuchado y no puntualmente a lo que la otra persona dijo.
Esa persona, que ahora es receptor hace con la respuesta de la otra persona (con ese mensaje) algo similar a lo que esa persona había hecho con su mensaje.
No sólo lo oye, sino que lo interpreta.
A partir de esa interpretación (interpretación de la respuesta, o sea, interpretación de la interpretación de la otra persona), emite una respuesta (mensaje).
Con esta respuesta la otra persona volverá a activar este proceso de no sólo oír, sino de interpretar.
Si imaginamos un diálogo con varios intercambios podemos pensar que estamos en un proceso comunicativo que consiste en dichos y respuestas, y en el cual tanto los dichos como las respuestas son interpretaciones de interpretaciones de interpretaciones de interpretaciones…
El “verdadero otro” no ha sido claramente escuchado.
Porque le hemos atribuido a lo que dijo un sentido que se corresponde más con nuestra interpretación que con el sentido que había construido la persona que dijo que dijo.
Entramos en una rueda de probables malos entendidos, en la que cada una de las personas se siente no escuchada, no comprendida, no tenida en cuenta.
Y eso, en un contexto comunicacional con las mejores intenciones.
De ahí, la importancia de preguntar para vincularnos con lo que el otro quiere decir, con el sentido que le otorga, para que esté subjetivamente incluido en el proceso de comunicación y para hacer del mismo un intercambio en el que se vinculen un verdadero – uno con un verdadero – otro.
Guillermo D. Rivelis