Escribí en «Construcción vocacional. ¿Carrera o camino?» (Noveduc, 2007): «Asistimos a un discurso que intenta convencernos de la imposibilidad de cambiar aspectos del orden social. Lo social -lo económico, lo político- aparece como algo ajeno y lejano que se organiza y se dirime en espacios en los cuales no tenemos cabida los seres humanos comunes, o sea, los seres humanos que transitamos la cotidianidad sin un poder públicamente reconocido y que tampoco formamos parte de los ámbitos en los cuales se toman decisiones que involucran a grandes sectores de la humanidad. (…) De hecho, los seres humanos comunes nos movemos en líneas generales -más allá de algunas expresiones e intenciones- como si la premonición ‘nada se puede cambiar’ fuera cierta e inamovible».
Esto no ha menguado quince años después. Más bien, la sensación es que se ha intensificado.
Muy probablemente, la difícil situación de pandemia que estamos viviendo desde 2020 haya influido. Los factores pueden ser varios y escapa a mi posibilidad abordarlos en mi análisis. Pero las consecuencias son evidentes.
En Argentina, en este momento, asistimos desconcertados a una negociación entre el Gobierno Nacional y el Fondo Monetario Internacional respecto de la deuda contraída. No fuimos consultados ni participados cuando se contrajo el préstamo (deuda) ni ahora con motivo de la negociación.
¿Podría ser de otra manera? Dejo formulado el interrogante. Pero sobre lo que caben pocas dudas es sobre los efectos apabullantes de estas situaciones.
A escala mundial, la posibilidad de conflicto armado entre Rusia y Ucrania, que es, en definitiva, un enfrentamiento de poderes internacionales – Rusia y Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) -, independientemente de las diferentes opiniones y razones que se esgrimen, nos mantiene al margen, mirando por la pantalla, respecto de este asunto central y con consecuencias para nosotros, personas sin posibilidad de intervenir en decisiones que habrán de afectarnos.
El calentamiento global, la contaminación del medio ambiente son cuestiones que nos excluyen en lo que hace a las acciones pero nos incluyen fuertemente en lo que respecta a las consecuencias.
Son muchas las situaciones que podrían enumerarse y que nos producen vivencias de insignificancia con relación a nuestra ubicación en el mundo y a nuestras posibilidades de modificar lo que no nos gusta y nos hace mal.
Pensamos muchas veces, por ejemplo, ¿por qué y para qué no voy a tirar un papel al piso en una vereda si de todos modos eso no va a modificar el nivel de contaminación?
Desconozco qué importancia medible puede tener para el medio ambiente que una persona tire o no un papel al suelo.
Acerca de lo que sí tengo algo que decir es respecto de la importancia que tiene para esa persona tirar o no un papel al piso en una vereda. Esta importancia está en directa relación con lo distinto que es sentirse y saberse parte de quienes contribuyen a la suciedad y contaminación ambiental o sentirse y saberse parte de quienes contribuyen a su limpieza y no contaminación.
Y con diferencias personales se edifican en tiempos no inmediatos grandes diferencias.
Lao Tsé, filósofo chino, planteó que «un viaje de mil millas comienza con un primer paso».
La existencia de Lao Tsé se debate. Según la tradición china, vivió en el siglo VI a.c. Algunos eruditos modernos argumentan que pudo haber vivido aproximadamente en el siglo IV a.c.
Un interrogante planteado es si Lao Tsé vivió o si ese nombre representa a varios autores que habrían escrito el Tao Te Ching.
Como quiera que fuera, haya sido una persona o una construcción histórica y cultural, Lao Tsé pensaba que la violencia debe ser evitada y que la victoria militar es una ocasión de duelo debido al uso de la fuerza contra otros seres humanos.
¿Qué podemos hacer ante esta agobiante, apabullante, avasalladora, paralizante sensación de «ajenidad» que solemos tener respecto del mundo en el que vivimos?
Dos son mis propuestas.
Una, consiste en dejar abierta la posibilidad de pensar que las cosas de este mundo no son eternas y que grandes cambios en la historia tuvieron lugar aun cuando se suponían imposibles o no eran imaginados.
Y, por lo tanto, seguir actuando de acuerdo a nuestra ética, a nuestros principios, a lo que pensamos y sentimos que debe ser sin detenernos a intentar considerar la injerencia inmediata que esa acción puede tener en la macro – realidad.
Otra, consiste en que podamos definir (cada uno de nosotros) unidades de acción pequeñas en las cuales poder evaluar la importancia de lo que hacemos.
Acompañar a una persona que lo necesita, escuchar a alguien que transmite una angustia, enseñar a leer y escribir a una persona que no sabe, realizar nuestro trabajo de la mejor manera posible, hacer o contribuir con quienes hacen tareas de solidaridad social…
Son, entre muchas otras, acciones transformadoras de la micro – realidad, que nos ofrecen la posibilidad de observar sus efectos, que resultan altamente beneficiosas para el prójimo y que nos harán sentir mucho, mucho mejor.
Guillermo D. Rivelis