La violencia que se presenta y se configura como extrema tiene lugar en sociedades violentas.
De una violencia que en buena medida ha sido naturalizada.
Y, por lo tanto, pasa desapercibida para la percepción y el lenguaje.
Violencia que, en principio, no es reconocida por quienes la ejercen como contexto necesario para la violencia sentida y pensada como brutal.
La violencia, en sus diferentes grados, está ligada a diferentes grados de fanatismo.
La persona violenta y fanática suele estar convencida de que su ejercicio de violencia será beneficioso para la humanidad.
Porque «limpiará» el mundo de un mal encarnado en determinadas personas, grupos étnicos, creyentes de alguna religión, líderes o adherentes a determinada corriente política,entre otras cuestiones.
No puede ver el problema en su propia persona.
Solo puede verlo o imaginarlo en otros.
Se constituye, de tal manera, una estructura de base paranoide.
El problema del bien y del mal… siempre lo reencontramos.
Escribe, en «Encuentro con la sombra», Andrew Bard – Schmookler:
«La bondad no reinará en el mundo cuando haya triunfado sobre el mal, sino cuando nuestro anhelo por el bien deje de estar basado en la derrota del mal. Mientras sigamos entregados a la búsqueda exclusiva de la santidad y no aceptemos humildemente nuestra condición imperfecta será imposible alcanzar la verdadera paz».
Pero podemos, tal vez, alcanzar o aproximarnos a la verdadera paz.
Para ello, debemos reconocer que no somos depositarios de todo el bien y otros de todo el mal.
Que conviven en cada uno de nosotros el bien y el mal.
Qué cotidianamente tenemos que esforzarnos y trabajar para hacer prevalecer el bien.
Y que ello consiste no tanto en una lucha contra el mal, sino en profundizar las posibilidades creativas de las que todos disponemos para dedicarnos a desplegar el bien.
Guillermo D. Rivelis