«En mi mundo, la expresión ‘llegar a un acuerdo, a un compromiso’ es sinónimo de vida. Y donde hay vida hay compromisos establecidos. Lo contrario de comprometerse a llegar a un acuerdo no es integridad, lo contrario de comprometerse a llegar a un acuerdo no es idealismo, lo contrario de comprometerse a llegar a un acuerdo no es determinación. Lo contrario de comprometerse a llegar a un acuerdo es fanatismo y muerte (…) Si hay un mensaje metapolítico en mis novelas, siempre es un mensaje, de una u otra manera, sobre cómo llegar a un compromiso doloroso y la necesidad de elegir la vida descartando la muerte, la imperfección de la vida descartando las perfecciones de la muerte gloriosa.» AMOS OZ, «CONTRA EL FANATISMO».
Amos Oz (1939 – 2018) fue un escritor israelí. Incansable luchador y trabajador por la paz entre israelíes y palestinos.
Un acuerdo implica renuncias, muchas veces dolorosas. Algo que uno piensa, siente, cree hay que poner a un costado para acordar con otro que también pone a un costado algo que piensa, siente, cree.
Hay motivos y fines superiores a eso que se piensa, se siente, se cree, que nos llevan a acordar, renunciando.
En este momento, en el mundo entero y en Argentina con particularidades que no favorecen (por ejemplo, económicas), hay un motivo y un fin superiores: la preservación de la vida y de la salud física y mental.
En nuestro país, la dirigencia política de todos, o la gran mayoría, de los sectores reconoce ese motivo y ese fin en sus discursos. Pero dos cosas, al menos, suceden. Una es que ese reconocimiento en lo discursivo va contextuado en acusaciones a otro sector o sectores. Acusaciones muy graves y atribuciones muy graves. Se parte de la base de la «mala intención» del otro, responsabilizándolo de todo lo malo que ocurre y también de cuestiones adyacentes. Unos y otros hacen lo mismo. No pueden hablar sin mencionar negativamente a eso otro y de encuadrarlo en propósitos conspirativos. La otra cuestión que sucede, entonces, es que ese reconocimiento discursivo parece desconocerse en la práctica. «A» dice de «B» cosas muy similares a las que «B» dice de «A» y, básicamente, cada uno dice del otro que de esa manera, con ese «otro» y por sus características (o culpas) no se puede dialogar. Periodistas, alineados en uno u otro lado, replican esa nota discursiva.
Entonces, ¿qué pasa con los ciudadanos?
En primera instancia, sentimientos de angustia, desconcierto, confusión, enojo, retiro de la credibilidad, hartazgo.
Luego, entre los ciudadanos, veo la necesidad de hacer referencia y tomar muy en consideración, a los que realmente no tienen posibilidad de generar situaciones de cuidado. Porque viven al lado de basurales y aguas servidas. Porque no pueden alimentarse adecuadamente. Porque los reducidos espacios en los que transitan sus vidas no permiten protocolares distancias y aislamientos. Porque, literal y metafóricamente, la lavandina y el alcohol son muy caros. Porque aun valorando la vida y temiendo perderla o que la pierdan personas queridas no disponen de medios mínimos y necesarios para protegerse.
Otro grupo importante de ciudadanos, desesperadamente, busca formas de poder acceder a trabajos, muchas veces eventuales, aun transgrediendo medidas de cuidado. Se ven obligados por la necesidad. No siempre la transgresión es consecuencia de la «indisciplina» o del desprecio a la vida.
Muchas personas desbordan los protocolos por necesidad emocional, por poder contactar con alguien estando en situación de soledad, por necesidad imperiosa de ver a personas queridas y extrañadas y por sentirse demasiado exigidas por restricciones promulgadas por quienes en otro momento organizaron irresponsablemente eventos públicos y masivos.
Otros ciudadanos inundan las redes sociales con mensajes que reproducen y alientan el enfrentamiento que tiene lugar en el nivel dirigencial. Se leen, entonces, expresiones como «peronchos», los «KK», los «Kretinos», «juntos por el virus», los «covidiotas», entre tantas otras. Nuevamente el parecido en la violencia verbal y el menosprecio. Pero sin acuerdos.
Otros ciudadanos desafían al virus, haciendo fiestas clandestinas imbuidos de euforia o de un sentimiento vinculado al «ma sí, de algo hay que morirse». En ambos casos, existe una postura melancólica, o abiertamente expresada u oculta bajo el manto negador de la aparente alegría y el aparente disfrute. No hay tal alegría ni tal disfrute. Hay una actitud negadora maníaca omnipotente (en la creencia, porque nadie es omnipotente). Melancólica por autodestructiva en principio y, luego, destructiva para otros (aquellos otros a los que contagiarán después de haberse contagiado en esos eventos).
Otras personas buscan por todos los medios y con muchas dificultades de mantener los cuidados, acordando maneras que suelen implicar dolorosas renuncias (como, por ejemplo, no ver temporariamente a seres muy muy queridos).
Otros ciudadanos son personal de salud. Entre ellos habrá kirchneristas, macristas radicales, socialistas, católicos, judíos, musulmanes, ateos, agnósticos… Atenderán con entrega a toda persona que lo necesite sin preguntarle ideología política, religión, nivel socio económico o educativo y si respetó o no las medidas de cuidado.
Otros ciudadanos se enferman y se curan. Y otros, se enferman y se mueren.
¿Podrán entender quienes gobiernan la Nación y las distintas jurisdicciones, quienes son oficialismo y quienes son oposición, que estamos atravesando una situación que amerita reconocer motivos y propósitos superiores?
¿Generaremos acuerdos posibles que, admitiendo renuncias, jerarquicen la vida imperfecta?
Tratemos, respecto del último interrogante, quienes somos ciudadanos comunes (esto es, sin «poderes definidos») de recordar que no todo, pero algo y muy importante está en nuestras manos.
Guillermo D. Rivelis